En una semana en la que el asteroide 2024 YR4, de entre 40 y 90 metros de diámetro, ha acaparado la atención de los medios ante la posibilidad, del 1,5 %, de chocar contra nuestro planeta en 2032, la revista Science Advances publica un estudio en el que se modelan los posibles efectos de un cuerpo mucho mayor.
Un equipo dirigido por el Centro de Física del Clima, del Instituto de Ciencias Básicas de la Universidad Nacional de Pusan (Corea del Sur) tomó como modelo para el estudio al asteroide Bennu, informa la agencia Xinhua.
Ese objeto podría causar daños considerables si chocara con la Tierra en 2182, aunque la probabilidad estimada es de 1 entre 2.700 (como lanzar una moneda 11 veces seguidas con el mismo resultado).
El estudio considera inyecciones de polvo de entre 100 y 400 millones de toneladas a la atmósfera, con las que las simulaciones muestran alteraciones drásticas en el clima, la química atmosférica y la fotosíntesis global en los 3 o 4 años siguientes al impacto.
El peor de los escenarios contempla que hasta 400 millones de toneladas de polvo llegaran a la atmósfera, además de aerosoles, escombros y cenizas, lo que produciría un oscurecimiento solar.
El resultado sería un enfriamiento global de la superficie de hasta 4 grados, una reducción de las precipitaciones medias globales del 15 % y un grave agotamiento del ozono de alrededor del 32 %, desencadenando un invierno global y caídas extremas de la productividad primaria neta.
Un ‘invierno de impacto’ causado por el polvo persistente podría afectar gravemente a la fotosíntesis global; la productividad primaria neta terrestre podría desplomarse hasta un 36 % y la marina hasta un 25 %. Regionalmente, estos impactos podrían ser mucho más pronunciados.
Ese invierno abrupto proporcionaría unas condiciones climáticas desfavorables para el crecimiento de las plantas, lo que provocaría una reducción inicial del 20-30 % de la fotosíntesis en los ecosistemas terrestres y marinos, lo que probablemente causaría trastornos masivos en la seguridad alimentaria mundial.
Los datos de los modelos, sin embargo, apuntan que el crecimiento del plancton mostraba un comportamiento completamente distinto, pues se recuperaba en solo seis meses e incluso aumentaba después hasta niveles que ni siquiera se veían en condiciones climáticas normales.
Dependiendo del contenido en hierro del asteroide y del material terrestre, que es expulsado a la estratosfera, las regiones que de otro modo estarían desprovistas de nutrientes podrían enriquecerse con hierro biodisponible, lo que a su vez desencadenaría una proliferación de algas sin precedentes.
Si el asteroide produjera polvo especialmente rico en hierro, las diatomeas (un tipo de alga) podrían florecer en el Pacífico ecuatorial oriental y en el océano Antártico durante los tres años siguientes.
Los autores señalan que estos resultados no tienen en cuenta los efectos adicionales de las emisiones de hollín y azufre de los incendios forestales.
Los impactos de objetos se han producido muchas veces en la historia de la Tierra y el último gran asteroide conocido fue el que creó el cráter de Chicxulub, al noroeste de México, y acabó con los dinosaurios.
Aquel asteroide que colisionó con la Tierra hace 66 millones de años tenía unos diez kilómetros de diámetro, frente a los 500 metros de Bennu, el usado para esta simulación.
El asteroide Bennu es, junto a otro llamado Ryugu, los dos únicos de los que sendas misiones espaciales han traído a la Tierra muestras para su estudio.
La misión Osiris-Rex de la Nasa depositó en nuestro planeta unos 120 gramos de material, aproximadamente el peso de una pastilla de jabón, procedentes de Bennu y que están generando muchos estudios científicos.
El más reciente, de finales de enero, indicó que restos de antigua salmuera descubiertos en el asteroide contienen minerales cruciales para la vida en la Tierra, además de compuestos nunca antes observados en muestras de un cuerpo de este tipo.
Foto: Imagen del asteroide 2024 YR4. | (Europa Press)
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