En teatro, Pepe Soriano protagonizó obras como La laguna dorada, El violinista en el tejado, Gris de ausencia, Visitando al Sr. Green, El Inglés, Lisandro, Celebration, Conversaciones con mamá, El precio y Rotos de amor.
Nacido el 25 de septiembre de 1929 en Colegiales, Soriano fue un niño que siempre quiso ser actor y vaya si cumplió ese sueño, destaca el portal Infobae.
Así lo recordó en su última entrevista con Teleshow en 2021, cuando se subía a los tranvías para viajar al centro y todo por un sueño: ver teatro. Era tanta la pasión que los boleteros ya lo conocían y le daban una buena ubicación. Después de dos horas, Pepe volvía al barrio, junto a su casa vivía el poeta Raúl Gonzalez Tuñón y caminaba Zully Moreno. Anduvo por esas calles hasta que cumplió 18 años y se mudó. El niño se hizo hombre y en 1947 debutó como actor amateur en el club Alarcón.
“Trabajaba mientras estudiaba sin ganas Derecho. La vocación por actuar estaba y comencé a participar del teatro universitario”, reveló entonces. Debutó a lo grande con Sueño de una noche de verano, de Shakespeare y en el Colón. “Primer acto, silencio absoluto. Termina el segundo acto, silencio absoluto. En el tercer acto entro y muero en escena y el público empieza a aplaudir. Mi maestro se acerca y me dice: ‘Serás actor pero de peluca’, lo que significaba que podía hacer de jorobados, deformes pero nunca de galán”, remató la anécdota con mucho de profecía, con una sonrisa pícara del que sabe que la belleza pasa pero el talento queda.
Con amplia mirada y conocimiento de causa, afirmó sin envidia y con reconocimiento que Alfredo Alcón no fue el mejor actor de su generación sino del siglo. “Comparado con nosotros estaba fuera de concurso por presencia escénica, por voz, por talento y porque siendo bellísimo, no se aprovechaba de eso”. Destacó también a Rodolfo Bebán y Lautaro Murúa para deslizar, pícaro, que “detrás veníamos Ulises Dumont, y yo.”
La vida fluía, su reconocimiento crecía a partir de títulos como Juan Lamaglia y Sra. y La patagonia rebelde, pero en 1976 vino la gran noche de los argentinos. Un general conocido le advirtió: “No es capucha y zanjón pero no vuelva a trabajar”. La mayoría de sus amigos y colegas partieron para el exilio, pero él -como su alemán Schultz del mítico filme de Héctor Olivera- decidió quedarse, pero no quería convertirse en mártir. Comenzó a recorrer la Argentina con El loro calabrés, una obra donde le contaba a la gente quién era, qué quería. La llamó así porque su abuelo zapatero solía hablar con su loro que aprendió a cantar canciones calabresas, reseña el portal.
Se presentaba en pueblos pequeños “que no tuvieran más de mil habitantes y donde no me pudieran encontrar: trabajaba, llenaba y rajaba”. Actuó en bares, en estaciones de servicio, en andenes de ferrocarril, en patios de escuelas y comedores comunitarios. La obra terminaba con él ofreciendo un pedazo de pan. “El pedazo de pan es esencial en mi vida, porque en esta casa había pan y el pan tenía un valor: el del afecto”. Lejos de sentirse héroe, siempre se supo humano. “Sentí mucho miedo. Tenía dos hijos. Volvía a Buenos Aires, les daba la plata y me iba. Dormía donde podía. Me detuvieron tres veces”, recordó como un ejercicio colectivo, para no olvidar.
En plena dictadura eligió quedarse y en democracia decidió irse. En 1987 le surgió una posibilidad de trabajo en España y para allá marchó, hasta que volvió en el 92. Y al respecto reflexionaba en dicha entrevista de 2021, entre tantas historias de gente que sentía que la única salida se encuentra en Ezeiza: “No hay que irse. Vayas donde vayas, salvo que seas gerente de una multinacional, sos el extranjero y vas a pagar el precio”.
Se volvió de España porque extrañaba muchísimo y eso que estaba en el grupo de los exitosos. Protagonizó Espérame en el cielo, donde interpreta al doble de Francisco Franco y para eso se tapó sus ojos celestes con lentes oscuros, se tiñó el pelo, engordó diez kilos, después lideró programas bendecidos por el rating. “Pero yo extrañaba mi historia. Con Alterio nos juntábamos a tomar un café y nos señalaban como ‘los argentinos’. Caminaba por calles que no conocía”. Era el tiempo donde iba a una reunión de actores, escuchaba sus historias pero no podía contar la propia porque eran del Río de la Plata. “Un día le dije a Diana: ‘Siento que me quiero morir en la Argentina’”. Fue una señal. La llamó a su hermana y le pidió que no vendiera la casa de la infancia, que volvería para vivir en Buens Aires.
“En 15 días regalamos todo lo que habíamos juntado esos años, y nos volvimos”. Argentina no lo recibió con los brazos abiertos. “Me costó conseguir trabajo, acá la memoria es frágil”, sintetizó. Pese a los pesares jamás se arrepintió y siempre reivindicó su país: “Este es mi lugar. Acá tengo derecho a insultar, a agradecer, soy libre”.
Volvió y volvió para siempre, como eterno fue ese amor que sintió por Diana, su compañera 20 años más joven pero igual de sabia. Por el amor con el que hablaba de ella, sentía latente aquel primer encuentro de hace más de 45 años. Y lo recordaba con lujo de detalles. “Fue a la salida del teatro, en un espectáculo que hacía con el cuarteto Zupay”. Pepe dudó, ella era más joven, estudiaba Psicología y él venía de una ruptura. Se enamoraron, jamás se separaron. “Le estoy agradecido. Me acompaña en todo, siempre al lado”, decía, con una mirada brillosa, de esas que cuesta describir.
Amado por el público, respetado por colegas, obtuvo innumerables premios a lo largo de su carrera. En 1971 ganó el Cóndor de Plata como mejor actor por Juan Lamaglia y Sra, en 1995 el de actor de reparto por Una sombra ya pronto serás y en 1998 en 1998 la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina le entregó el Premio Cóndor de Plata a la trayectoria. Obtuvo el premio Konex en 1981 y la Mención Especial Konex a la Trayectoria en 2021 y en televisión, se quedó con el Martín Fierro por su trabajo en Trillizos. Una muestra cabal de su capacidad para el drama, la comedia y el compromiso por la profesión, de quien en 2010 fue declarado ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires por la Legislatura.
Después de haber conocido golpes y revoluciones, éxitos y fracasos, broncas y aplausos, Soriano mantenía un sueño intacto, no propio sino para todos. “Deseo ver a la gente con buen humor, con trabajo, que todos vivan bajo un techo y no una lona. Nadie elige dónde nace y casi todos morimos contra nuestra voluntad. Quiero simplemente que todos vivamos con dignidad”, y recitó unas palabras de Ernesto Cardenal, que hoy resuenan como un epitafio: Debemos hacer aquí un país. Estamos a la entrada de una tierra prometida. De esta tierra es mi canto, mi poesía”.
Foto: captura TWITTER
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